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Opublikowano: piątek, 12 czerwiec 2009 15:41
P. Ludovico Mzyk nació en el seno de una familia minera. Su padre, Ludovico, era capataz en la mina “Prezydent” (El Presidente) en Chorzów. Su madre, Franciszka de Hajdasz, nació en Bytków cerca de Katowice. Ludovico, era el quinto de nueve hermanos. Nació el 22 de abril de 1905. Su familia era muy religiosa y practicante. Desde su niñez era monaguillo. Ponía mucho interés en los temas religiosos y eclesiales. Durante un retiro parroquial predicado por un sacerdote de Nysa, sintió la llamada de ser misionero. Se lo dijo a sus padres pero a ellos la idea no les gustó mucho. Sin embargo, otros parientes lo apoyaron. Convencieron a los padres y juntos lo inscribieron en el Seminario Menor de Nysa. Su párroco, Namyslo, lo animó mucho. Llegó a Nysa el 13 de septiembre de 1918 y en 1926 terminó el bachillerato. Durante sus vacaciones, Ludovico trabajaba con su hermano bajo tierra, en la mina. Así ayudaba a su madre después de la muerte del padre. Se afilió a la unión “Kwikborn”. Sus miembros libremente renunciaban al alcohol y al tabaco. Hasta su muerte cumplió fielmente esta promesa. De Nysa, después de unas cortas vacaciones viajó a St. Augustín, en Alemania, para empezar el noviciado y prepararse para los votos. Hizo la primera profesión en 1928.
Cuando terminó el bachillerato en 1926, recordando el ejemplo del padre Grignon de Montfort, se entregó a María firmando el documento con su propia sangre. Después de los estudios de filosofía, los superiores reconociendo su talento, lo mandaron a Roma, para seguir estudiando teología. Fue ordenado sacerdote el 30 de octubre 1932 en Roma, festividad de Cristo Rey. Celebró su primera misa en la fiesta de Todos los Santos, en la capilla de la Casa General de Roma. El 5 de febrero de 1935 terminó sus estudios defendiendo la tesis de teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana. Mientras esperaba el diploma, se fue a St. Gabriel en Austria. Allí fue ayudante del maestro de novicios. En el verano de 1935 viajó a Chludowo cerca de Poznan. En este lugar, los verbitas abrían en Polonia el primer noviciado, en la casa que habían comprado a Roman Dmowski. Nombraron al padre Ludovico maestro de novicios. Al mismo tiempo, se dedicaba también al perfeccionamiento de la lengua polaca.
Las opiniones de los novicios eran unánimes: teníamos un santo maestro. Su falta de experiencia la superaba con inusual humildad, cordialidad y dedicación al trabajo. La persona del maestro era el reflejo de la sana ascesis religiosa: era exigente para los otros pero más aún para sí mismo. Caminaba consecuentemente hacia la santidad como sacerdote y misionero. Era el tipo de persona que irradiaba … a su alrededor, dejando huellas de su presencia. En el seminario no era sólo nuestro superior sino un ejemplo a imitar. Dejó en la memoria de todos sus profundas meditaciones. También las dejó por escrito en una taquigrafía, lamentablemente hoy ya desconocida. A la habitación del maestro, los novicios entraban sin miedo pero con mucho respecto y veneración. Siempre les invitaba al entrar con esta palabra: “Ave”. Era no sólo una simple invitación, sino un saludo a la Inmaculada y al que entraba. Seguramente cumplió muy bien su misión de maestro, porque en 1939 lo nombraron rector del noviciado.
Cuando empezó la II guerra mundial, tuvo que despedir a casi todos los que vivían en la casa, porque recibieron la orden de evacuación hacia el este de Polonia. Él mismo nunca la abandonó Con mucha alegría recibía a los que regresaban y su tranquilidad les contagiaba. Las condiciones de vida en los primeros días de guerra eran todavía normales. Los alemanes rara vez llegaban al convento. Sin embargo, cuando empezaron a llegar las malas noticias sobre desalojos y arrestos se discutía la posibilidad de mandar a los novicios a sus casas, pero los alemanes ya no permitían ningún traslado. El padre Ludovico se preocupaba mucho por el futuro de sus novicios. Hablaba con cohermanos en Austria y en Alemania. También se comunicó con el Generalato en Roma, para que recibieran a sus novicios. Propuso trasladar el noviciado a Bruczków. Allí había una granja donde podían abastecerse y pasar estos tiempos difíciles. No fue posible. Nadie podía salir de casa. Se daba cuenta que, aunque gran parte de su vida y su educación pasó en Austria y Alemania, no conocía suficientemente a los alemanes. Tampoco los conocía como invasores. En el encuentro directo con el ejército y con la Gestapo se perdía. No se daba cuenta que al hablar con un soldado alemán estaba hablando al mismo tiempo con un funcionario de la Gestapo. Sus imprudentes palabras, diciendo que creía más en los soldados alemanes que en los de la Gestapo, decidieron su futuro. Este fue un buen pretexto para arrestarlo el 25 de enero de 1940.
El Martirio
Al mediodía del mismo día, aparecieron los coches de la Gestapo con los sacerdotes arrestados en las cercanías de Poznan y Oborniki Wielkopolskie. Reunieron a los habitantes en el comedor, junto a los sacerdotes arrestados. En un momento apareció allí el padre Ludovico, pálido pero tranquilo. Dijo: “Tengo que ir con ellos. Dicen que regresaré, mientas tanto el superior será el padre Chodzidlo”. Quería decir algo más pero alguien brutalmente se lo llevó y nadie más lo vio.
Más tarde se enteraron por un sacerdote que les visitó de la brutalidad con la que trataron al padre Mzyk cuando le obligaron a cargar los paquetes en el coche, en Poznan. El sacerdote testimonió: “Vuestro maestro es un verdadero ángel”.
El día antes de la detención estaba en Poznan haciendo gestiones para que los novicios pudieran viajar a sus casas. No consiguió nada. Después de su detención, nada se supo de él. Siempre aseguraban que iba a regresar pronto, cuando se aclararan las cosas. Lo mismo decían a su familia que vivía en Silesia y tenía más posibilidades de conseguir su liberación. Su hermano Wilhelm escribe: “De nada sirvió la intervención de la Iglesia, la mía y la de las hermanas". Alguien trajo dos veces su ropa. Estaba manchada de sangre y en ella estaba escondida una nota: “Todavía vivo. Si podéis, ayudadme”.
La sangre le acompañaba desde que lo llevaron prisionero. En la Casa del Soldado (en aquel tiempo la sede de la Gestapo) le arrancaron la sotana y le pegaron fuertemente. Era invierno y él se quedó sólo con la camisa rota y con los pantalones. Uno de los prisioneros recuerda que lo metieron en la celda en el Fuerte VII, en Poznan. Un compañero de prisión le entregó la cazadora, dejada por un prisionero ejecutado.
El convento se enteró de su muerte unas semanas más tarde. Todavía el P. General mandó al padre Wigge para salvar la casa y sus moradores, pero no consiguió ninguna noticia sobre él. Tenía la impresión que ya estaba muerto. Todas las noticias sobre la muerte del padre Mzyk proceden de los testigos directos del Fuerte VII, en Poznan. Junto con él estaban el padre Sylwester Marciniak y el padre Franciszek Olejniczak. El primero escribe así: "encontré al padre Mzyk el 1 de febrero de 1940 en la celda 60 en el Fuerte VII, en Poznan. Junto con él había 28 prisioneros, en su mayoría estudiantes. Todos tenían mucha hambre. A cualquier hora del día o de la noche los guardianes entraban en la celda y sin motivo alguno pegaban a los prisioneros. El padre Mzyk cumplía todas las ordenes a rajatabla. También advertía a los demás para que se cuidaran y no provocaran a los guardianes con su comportamiento. Se notaba que siempre rezaba.
El Miércoles de Ceniza, el 7 de febrero, reunieron a todos los sacerdotes en una pequeña celda, la número 69, cerca del portón este. No había nada de especial, pero los guardianes no dejaban de meterse con nosotros. El padre Olejniczak tenía dos temas preferidos: la persona de Cristo y la misión del Espíritu Santo. En el padre Mzyk encontró un buen contertulio sobre el Espíritu Santo. La literatura juvenil era otro de los temas preferidos del padre Mzyk. Los jefes del campo de concentración se interesaban mucho por él. Un día entró en su celda el comandante con otro oficial. A cada uno le preguntaban por su apellido y por el “delito” cometido. El comandante se puso al lado del padre Mzyk y dijo: “¡Ah! Este es nuestro enemigo”. Cuando salieron los oficiales, el padre Mzyk explicó que durante su arresto y juicio siempre les daba respuestas muy fuertes. Un día el guardián Hoffmann sacó al padre Mzyk de su celda y en el pasillo le golpeó fuertemente.
El 20 de febrero, por la tarde, entró en nuestra celda el suboficial Dibus – parece que era el subcomandante del campo – con su chofer. Los dos estaban borrachos. El chofer golpeó en la cara al padre Mzyk, cumpliendo las ordenes de Dibus. Aquel día, el 20 de febrero, tuvo que ser el último día del padre Mzyk. A las diez de la noche escuchamos el canto de los ucranianos. Era un mal augurio. Normalmente empezaban por ellos. Les obligaban a cantar, entraban en sus celdas, les golpeaban y disparaban por el agujero de la cerradura. Después, en las celdas cercanas se escuchaban unos gritos impresionantes. En la celda contigua se escuchaba el ruido de platos, cucharas y les obligaban a cantar el canto “Tu que habitas al amparo del Altísimo”. Después se oyeron unos disparos. Un poco más tarde oímos “Jetzt zu den Pfaffen”. Abrieron las puertas, pero no entraron. Nos ordenaron a salir al pasillo, menos al padre Olejniczak. Era un pelotón al mando de Dibas. También estaba Hoffmann. Estábamos de pie, vestidos sólo con calcetines y pantalones en el pasillo principal frente a nuestra celda. Dibus ordenó que se quedara el padre Galka, el padre Mzyk y yo. A los demás les ordenó marchar. Nos obligaron a los tres a correr por un pasillo lateral. Cuando estabamos corriendo, el padre Mzyk me pidió la absolución. Al final del pasillo, el padre Galka y yo nos paramos junto a la escalera. El padre Mzyk comenzó a subir. Escuchamos el grito de los guardianes para que nos detuviéramos. Al padre Mzyk lo bajaron de la escalera y lo empezaron a golpear por el intento de huida. La confusión era grande y nadie sabía lo que pasaba. Sin embargo, recuerdo muy bien que el padre Galka y el padre Mzyk gritaban y gemían fuertemente. Aunque no estaba con ellos, tuve la impresión de que los golpearon y maltrataron. Mis sospechas se confirmaron cuando vi al padre Galka: estaba herido, lleno de moratones y ensangrentado, tenía la camisa y los pantalones rotos.
Golpearon al padre Mzyk y al padre Galka durante mucho tiempo. Más tarde me encontré en el pasillo principal, cerca de nuestra celda, al lado del portón este. Dibus llevó al padre Mzyk hasta dicho portón. Cuando pasaban cerca de mí, me obligaron a darme la vuelta. Por eso, no pude ver su rostro. Obligaron al padre Mzyk a parar cerca del portón. Dibus se acercó al suboficial que estaba hablando conmigo. Le pidió las balas, volvió donde estaba el padre Mzyk y le disparó en la cabeza, por la espalda. Cuando cayó, le disparó otra vez. Al padre Galka y a mí nos dejaron volver a la celda. Media hora más tarde escuchamos que llevaban el cuerpo del padre Mzyk. Después de su muerte nos dejaron tranquilos durante unos días. Uno de los prisioneros, que limpiaba el despacho, vio un documento del ministro de justicia, por el que se prohibía maltratar a los religiosos."
El padre Olejniczak, ciego, que escuchó todo, añadió un detalle: "Dibus elegía las víctimas, les golpeaba en la cara y les pateaba sin misericordia. En una de estas locuras mataron a vuestro padre Ludovico. Yo intenté ayudar a mi hermano sacerdote cruelmente torturado. Me acerque a él para consolarle, pero de su boca salieron estas palabras muy significativas: “el siervo no es más que su maestro”. Entonces me incliné y le pedí su bendición. Me la dio."
Los cohermanos, que se salvaron de los campos de concentración, escribieron: "siempre guardamos un recuerdo eterno de nuestro padre maestro. Siempre hablamos de él en la roca de Westerplatte, en la cantera de Gusen. Él era nuestro testigo en la renovación de votos que hacíamos en el campo de concentración. A él le invocábamos al comenzar la letanía de nuestros cohermanos mártires. Pedíamos, por su intercesión, la ayuda desde el cielo para nuestra vida de prisioneros."
Beatificado por Juan Pablo II el día 13 de junio de 1999.
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Opublikowano: piątek, 12 czerwiec 2009 15:37
P. Aloizy Liguda, misionero del Verbo Divino, nació el 23 de enero de 1989 en la aldea de Winow en la región de Opole. Sus padres se llamaban Wojciech Liguda y Rozalía Przybyla. Fue el último de siete hermanos. En un ambiente auténticamente religioso y cordial Aloizy iba aprendiendo de su madre la modestia y el cumplimiento silencioso de los deberes cotidianos. De su padre aprendió la aplicación al trabajo y el compromiso en la vida parroquial, pues su padre era organizador y guía de las peregrinaciones a pie a los santuarios de Wambierzyce y el Monte de Santa Ana. En la escuela primaria, que empezó a los seis años, Aloizy destacaba por la rapidez de pensamiento, aplicación y excelentes notas. Educado en un ambiente de contacto con la Iglesia, deseó entregarse a su servicio. Por las publicaciones religiosas se fue enterando de las misiones. Lo atraía la lejana China, África... Con 15 años fue admitido en el Seminario Menor de los Misioneros del Verbo Divino en Nysa, en la casa de la Santa Cruz. La guerra interrumpió su educación.
En 1917 fue alistado en el ejército y como artillero llegó al frente francés. En la vida de soldado nunca perdió sus convicciones adquiridas en casa y en el seminario. Una vez finalizada la guerra terminó la secundaria y en 1920 entró en el noviciado en Sankt Gabriel en Mödling, cerca de Viena, donde los verbitas tenían su casa central. Durante el noviciado estalló la sublevación de Silesia. Aquel suceso lo hizo sufrir mucho, especialmente por las cartas que recibía de su padre perseguido por pertenecer al bando polaco.
Terminado el noviciado fue enviado a Pieniezno para hacer prácticas. Se dedicaba a dar clases de latín y matemáticas. Después fue, de nuevo, a Sankt Gabriel para continuar sus estudios. Sobre todo le gustaba la dogmática y la historia de la Iglesia. En las demás materias también sacaba muy buenas notas. El 26 de mayo de 1927 recibió la ordenación sacerdotal. Celebró la Primera Misa en Sankt Gabriel. Su gran ilusión era trabajar de misionero en la China o en Nueva Guinea. Sin embargo, recibió el destino para la Provincia Polaca. Lo acogió con alegría y en otoño de 1928 llegó a Polonia. Estuvo por un tiempo en la Casa Provincial en Gorna Grupa. Los superiores lo destinaron a seguir estudiando, pues había una gran necesidad de profesores. Después de aprobar los exámenes complementarios para conseguir la autorización de sus estudios en Polonia, empezó a estudiar filología polaca en la universidad de Poznan. En el 1934 consiguió el diploma con la tesina titulada: "Gal Anonim como literato". En Poznan estuvo trabajando simultáneamente de capellán y catequista en el colegio de las Hermanas Ursulinas en la calle Sporna. En sus charlas y conferencias que cada semana solía dirigir a las alumnas, intentaba poner en práctica la encíclica del papa Pío XI "De la educación cristiana".
Al abandonar Poznan, a petición de las Hermanas y de las alumnas, recopiló las conferencias y las editó en el libro titulado "Audi filia". Quería "recordarles no solamente los años escolares, sino también los antiguos ideales y animarlas con el nuevo pensamiento religioso". El libro encontró buena acogida entre la juventud y los pastoralistas. Tanto unos como otros le insistieron que editara otras conferencias suyas bajo el título: "Hacia adelante y hacia arriba". Este libro también fue bien recibido. El autor mismo reconoció: "¡Cuán agradecido estoy a la Providencia Divina! Me permitió asomarme a un mundo que desconocía, el mundo del alma femenina". Las dos recopilaciones de conferencias contienen una cuidadosa reflexión del P. Liguda sobre las palabras de la Biblia: "Si conocieras el don de Dios" (Jn 4, 10) en relación con la mujer y sus obligaciones. El P. Liguda editó otro libro bajo el título: "El pan y la sal" que contiene comentarios homiléticos para cada domingo del año. En estos comentarios se revela más claramente su personalidad. Refiriéndose a las palabras de Jesús "he salido del Padre y he venido al mundo" escribió: "Tan sólo hace falta que me acuerde de sus palabras a tiempo y me fortalezca con ellas. Ellas me preservarán de la tristeza, protegerán de la desesperación. Podré llevar la cabeza bien alta a pesar de las derrotas y humillaciones. ¡Puedo ser tratado con bajeza, pero nunca rebajado! Las revoluciones pueden arrancarme todos los diplomas y títulos, pero la filiación divina no me la arrancará nadie. Aunque me pudra en las mazmorras o me conjele de frío, simpre repetiré estas preciosas palabras: "Del Padre he salido", siempre Dios será mi Padre". Posteriormente, ya en el campo de concentración, de este convencimiento nacía su optimismo, alegría, resistencia, esperanza, porque siempre se sentía hijo de Dios aún en las peores circunstancias.
Después de su llegada a Gorna Grupa, el P. Liguda fue profesor de idioma polaco y de historia en los cursos superiores. Los domingos y festivos trabajaba pastoralmente en el cuartel de Gorna Grupa. Los días libres de clases y durante las vacaciones se dedicaba a predicar retiros en casas religiosas y en las parroquias.
En junio de 1939 se le encomendó la tarea de ser el rector en Gorna Grupa. Estalló la guerra. El invasor transformó el convento en cárcel para los de casa y para unos 80 sacerdotes y seminaristas de las diócesis de Chelm, Wloclawek y Gniezno. El P. Malak escribe en su libro "Los sacerdotes en campos de concentración": "Nos recibe el P. Rector Liguda. Su fuerte silueta en sotana con valentía y autoconfíanza camina entre los SS. Eso anima. En los días y semanas posteriores nos animaba con su gran amabilidad y un particular sentido del humor. Agradecíamos su presencia porque hablaba como un profeta, calentaba como el sol, atravesaba la sala como el ángel de la paz con palabras de bondad en la boca". Hubo esperanzas de que los sacerdotes fueran liberados. Pero el 11 de noviembre llegó un autobús para llevar a 15 sacerdotes y 2 seminaristas de la diócesis de Wloclawek. La intervención del P. Liguda no surtió efecto. Todo el grupo fue fusilado en el polígono militar de Grupa. A su modo, supo consolar e infundir nueva esperanza a los abatidos sacerdotes y cohermanos. Se daba cuenta perfectamente de la peligrosidad de la situación. La tarjeta que envío a su familia por Navidades era muy significativa: Cristo con la cruz acuestas encabeza una procesión de sacerdotes, cada uno con su cruz.
El Martirio
El 5 de febrero los internados fueron llevados a Puerto Nuevo en Gdansk. Era una filial del campo de concentración de Stutthof. En condiciones de hambre, suciedad, trabajo duro y golpes, el P. Liguda era también aquí "el buen ángel". Era uno de los organizadores secretos de la misa del Jueves Santo y la repartición de la comunión. Para muchos era el viático. En los primeros días de abril fue llevado al campo de concentración de Grenzdorf y, posteriormente, a Sachesenhausen. El purgatorio se transformó en infierno. A pesar de todo su destino fue más benigno. Gracias a su excelente conocimiento del alemán fue destinado al cuidado de la sala y la enseñanza del alemán. Uno de los "alumnos" cuenta una de aquellas "clases": "Se empezaba por poner guardias en cada ventana para advertir la aproximación de la SS. Mientras tanto, el P. Liguda contaba chistes, de los que tenía un inagotable almacén. De vez en cuando, tenía una charla sobre varios temas o algún que otro sacerdote compartía su saber con los demás". A veces, al P. Liguda también lo maltrataban los guardias del campo. "Me acuerdo perfectamente -cuenta uno de los compañeros de la desgracia- como el p. Liguda temblaba después de haber recibido diez azotes con una barra de hierro por haber parado un momento en el trabajo".
En un cierto momento parecía que el P. Liguda iba a ser liberado. Lo llevaron al médico que, a menudo, era señal de la liberación. Pero el 14 de diciembre de 1940 lo trasladaron a Dachau, donde recibió el número 22604. Hasta después de la guerra no se supo que podía haber sido liberado. El Generalato intercedía a través de la Nunciatura en Berlin. También lo intentaba la familia. Según la respuesta de la Gestapo, podemos constatar que no pudo ser liberado porque él mismo declaró que era polaco y que en el futuro quería trabajar en Polonia. La Gestapo añadió además que, por pertenecer a la clase intelectual, durante el tiempo de la guerra tenía que permanecer separado del resto de la sociedad. A pesar de todo existían condiciones objetivas para su liberación: su familia tenía ciudadanía alemana, él mismo fue soldado del ejército prusiano, sus hermanos cayeron en las batallas de la I Guerra Mundial. También intercedía por él el pastor protestante de Gorna Grupa, porque el p. Liguda defendió a su familia y a la diaconisa de la reacción airada de la gente después de la agresión alemana a Polonia. Dicho pastor defendió ya una vez al P. Liguda todavía en Gorna Grupa cuando estaba amenazado de ser fusilado. No cambió sus convicciones ni por el precio de la liberación.
Lo que más agotaba a los sacerdotes en Dachau eran las marchas que se prolongaban durante varias horas en la plaza del campo. En ellas había que cantar siempre las mismas canciones. De vez en cuando, al P. Liguda le tocaba dirigir esas marchas. Uno de los testigos oculares cuenta que su preocupacion era desaparecer de la vigilancia de los guardias. Aparentemente ensayaba canciones, explicaba la letra, pero en realidad animaba con anécdotas a los abatidos prisioneros.
En enero de 1941 una parte del campo quedó afectada por la epidemia de sarna. Los enfermos fueron trasladados a otro bloque. Allí permanecían apretujadas 1000 personas aunque el sitio no daba más que para 400. Disponían tan sólo de colchones, mantas y ropa interior. Las temperaturas eran bajo cero, pero las ventanas estaban abiertas y el hambre agotaba a todos. En la terrible desesperación el P. Liguda animaba con sus cuentos. No se dejaba abatir. A pesar de que cada día sacaban nuevos cadáveres él mantenía las pocas esperanzas que le quedaban. Después de volver a su pabellón fue destinado al difícil grupo del transporte. Su superior inmediato fue Rogler, uno de los guardias más crueles. Solía encargar trabajos muy duros y no dejaba a los prisioneros descansar ni un minuto. El fuerte organismo del P. Liguda, agotado por el tratamiento antisarna, empezó a debilitarse. Por desgracia, durante el trabajo en un pabellón un ruso encendió un cigarrillo. Era una falta grave. En ese momento e inesperadamente entró Rogler. El fumador apagó el cigarrillo pero quedó el humo. El guardia dirigió la pregunta al P. Liguda: "¿Quién ha fumado?" La situación se hizo muy tensa. Decir "yo no he sido" significaría traicionar a los demás. Le quedaba cargar con la culpa. "Fui yo" respondió el P. Liguda. El guardia, furioso, lo llevó a su habitación. La cara hinchada y un moretón debajo del ojo izquierdo fueron las marcas del castigo recibido. Posteriormente el verdugo se puso a registrar su ropa. El cigarrillo no aparecía por ningún lado. "¿Dónde tienes el cigarrillo?" preguntó. "No tengo ninguno" fue la respuesta. "¿Eres sacerdote y mientes? Tú mismo te has delatado". "Fumé, pero hoy no". Finalmente, el auténtico culpable se delató y se terminó con la torturo del P. Liguda. Pero a partir de ese momento el verdugo lo tendría siempre en su memoria.
Como consecuencia de las torturas y el agotamiento anterior le aparecieron síntomas de pulmonía. Lo llevaron al hospital. Las condiciones allí eran mejores. Pudo recibir paquetes de los padres y bienhechores y rápidamente se repuso. De repente, lo trasladaron al grupo de los minusválidos, lo que significaba la pena de muerte. Era consciente de ello y lo atestigua en su última carta escrita un mes antes de la muerte: "Dentro de poco mi madre cumplirá 84 años. Le deseo una larga vida, pero no me gustaría que sobreviviera a su hijo más joven, Eso significaría para ella realmente una tragedia. Yo personalmente, a menudo, pienso que pronto volveré a la casa de mi Padre y de mis hermanos. Tal vez la Providencia me lleve a través de muchos peligros para hacerme más maduro y rico espiritualmente..." En el camino al lugar del martirio dijo a un preso empleado en la secretaría del campo: "Cuando os enteréis que estoy muerto, sabed que habrán asesinado a un hombre sano". Según el relato de uno de los enfermeros todo el grupo de 10 personas fue ahogado de forma brutal. Por el campo rondaba la noticia que al P. Liguda, antes de ahogarlo, le cortaron tiras de piel. Y todo por deseo personal del responsable del pabellón 29. Fue la venganza del guardia por haberle llamado la atención el P. Liguda a la hora de repartir injustamente las raciones de comida y perjudicar a los pacientes. El guardia, furioso, apuntó en el último momento en la lista de los "minusválidos" al hombre que intentó defender a los que morían de hambre. Su muerte tuvo que ser terrible. El mismo guardia de la sección que participaba en la ejecución confesó a sus amigos que no le gustaría hacer algo semejante nunca más. El P. Liguda terminó su vida martirial en la noche del 8 al 9 de diciembre de 1942, en la fiesta de la Inmaculada, de quien era un gran devoto. La madre del condenado recibió la siguiente noticia: "Su hijo, Luis Liguda, nacido el 23 de enero de 1898 murió el día 8 de diciembre de 1942 en el hospital local a causa de una pulmonía". Engañaron a la anciana puesto que la muerte no fue por enfermedad sino por la crueldad que usaron con él.
El P. Liguda permaneció en la memoria de los compañeros de los años del martirio como un hombre providencial. Hizo mucho bien a los sacerdotes en su servicio dentro del campo, especialmente a los más necesitados, ancianos y enfermos. Intercedía por ellos. Era un hombre santo, un auténtico apóstol del humor y del optimismo. Él mismo escribió en una ocasión: "Cumplimos nuestros deberes como ciudadanos del tiempo presente".
A pesar de las condiciones del campo procuraba cumplir con su misión también con los que lo perseguían. No se echaba atrás de las provocaciones por parte de las personas de otras ideologías, de los guardias, del mismo comandante. Entraba en las así llamadas "discusiones bíblicas" en las que algunos intentaban poner en ridículo la religión. Uno de los testigos recuerda estos rasgos: "Con su postura impecable, su superioridad espiritual e intelectual hacía callar a más de un ateo. El deshacerse de ese "orgulloso cura" llegó a ser una cuestión de honor. Sus dotes lo habían llevado a ser nuestro protector, guía. Los sacerdotes acudían a él y en Dachau el P. Liguda estaba junto a ellos. Era un hombre santo. Él fue para mí el símbolo de la seguridad, como un baluarte, siempre tranquilo, sereno, sonriente, siempre correcto. Los alemanes le pegaban a él, en vez de a nosotros. Pero también lo respetaban. Les hablaba con toda claridad. Nunca nos descuidaba para sacar provecho propio. Durante la época que le toco ser el encargado de nuestra sala, y repartía el pan, nuestros ojos vieron que era un hombre recto, honesto y un sacerdote según el Corazón de Dios. Durante los años en el campo no siempre estuvimos juntos, pero cuando lo encontraba siempre fue para mí un apoyo moral, siempre paternal, siempre santo. Cuando en la plaza su número fue designado para presentarse al grupo que iba a ser trasladado a la mañana siguiente, la misma noche fuí a verlo. Lloré despidiéndome de él, estuvo sereno, tranquilo, contemplando otra realidad. Sólo repetía: "Dios lo sabe todo".
Beatificado por Juan Pablo II el día 13 de junio de 1999.